Otra vez, es el sueño de nunca acabar, o quizás el sueño que no dejo acabar, ya no lo sé, pero me persigue, y si lo sé es un retoño de lo reprimido dicen algunos, formación del inconciente indican otros. Pero qué hacer cuando un sueño no cesa de repetirse cómo el estribillo de una canción, o incluso como un fenómeno elemental. Podría ir a terapia a seguir consumiendo más de lo mismo, y aún si podré seguir perseguida por los mismos fantasmas, una y otra vez al levantarme, o al observarte. Y ya refiriendome a tu presencia, que más que presencia es ausencia, y justamente por eso haces eco en mi existencia... montando en ella el más fiel de los espectáculos de esa novela que resulta ser mi vida cuando la dejo librada a las múltiples interpretaciones de diversas índoles teoréticas. Quizás no se trate de buscar entender, y mucho menos de ver, qué se oculta detrás de ese sueño, aunque la curiosidad mató al gato, y entonces vuelve a insistir cómo un círculo sin salida: el fenómeno, la incertidumbre, la angustia, la búsqueda de la razón, la ensoñación, y nuevamenta el redondel.
Quizás me divierto, quizás me lamento, pero el efecto es el mismo, en realidad es lo que busco; aún así me gustaría dejar de soñarte. Y en realidad es paradójico, no te sueño a vos, sino a mí misma en ese mar de desolación, y de angustia. Qué nace de alguna sensación añeja, de algún rasgo pretérito, o quizás simplemente de una mirada perdida... jamás correspondida. Quizás es el meollo de la cuestión de mi conflicto el qué allí se presenta, que más que tu presencia revela algo de mi existencia...
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