En el mutismo de la noche me hallo solitaria y perdida, no deseo melodías pero las añoro con tanto ímpetu que sólo escucho unas gruesas y ásperas voces que no me dejan continuar.
¿Qué me sucede que me niego a las tonalidades? Esas que alegran con sus aires sonrientes mi mundo, y mi vida.
Me pierdo siempre en las mismas estrofas, cual estribillo que no demora en usurpar mi alma y dejarla vacía, y quebrada. Pero si el alma es solo un manojo de percepciones, de impresiones, de aquellos sonidos que en algún momento experimenté, y qué no puedo dejar de oir. ¿Por qué te sigo oyendo? Si sólo sos un fragmento de mi existir, este que está aquí, ahí, ni más ni menos.
Y entonces me pregunto:¿ cómo dejar de repetir una y otra vez aquello que mis oidos no se cansan de escuchar?.
En esa pasividad movediza, comienza a surgir mi deseo, comienzo a susurrurar, y murmuro entre idas y vueltas unas palabritas, más parece un simple gorjeo; ¿cómo podré hacerme entender entonces?
Más proferir yo desearía, pero mi sosiego me limita, y reaparece el mismo acorde, en el tiempo preciso, con su simple monotonía insistiendo sin descansar.
Y el deseo se desvanece lentamente en el sigilo de la noche, aduciendo que quizás sólo se trate de una afasia; ¡maldito perezoso vuelve aquí!. No me dejes otra vez en esta mudez...
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